jueves, 13 de junio de 2013

James Stanley. Nice girls don't swear

4. James Stanley. Nice girls don't swear

Los meteorólogos españoles se habían burlado de sus colegas franceses, que habían augurado un verano muy fresco. El amor patrio me empujaba a defender a mis compatriotas, pero lo cierto es que aquel junio estaba siendo frío y tempestuoso. Sentados en un banco de piedra, en los Jardines de Cecilio Rodríguez, advertíamos que el Retiro, intimidante, no estaba de humor aquella tarde: se agitaban furiosas las copas de los árboles y gorgoteaba el viento entre las hojas.
-It seems he is afraid of something.
Seguí con la mirada el lugar al que señalaba Harry y vi cómo un pavo real plegaba la cola y se alejaba cabizbajo. Si los augurios que aquella imagen empujaba a conjeturar eran acertados, el presagio no era nada halagüeño.
En efecto, el trueno y el relámpago llegaron al mismo tiempo, lo cual sólo podía significar que teníamos la tormenta encima. Puede que el pensamiento sea más rápido que la propia luz, tan veloz como la mismísima instantaneidad, pero no lo fue lo suficiente en aquella ocasión para advertirnos de la que estaba por caer: gruesos goterones nos salpicaron antes de que los viéramos venir. Miré desolada a mi alrededor. Ni siquiera el pavo real estaba ya allí. Sólo quedábamos Harry y yo. Fruncí el ceño impotente. ¿Dónde puede encontrar uno refugio en un parque...? 

Él lo halló para mí. Encorvó los hombros hasta que, sentado a mi lado, y tan próximo que sentí la piel del cuello erizarse sin que la tormenta tomara parte alguna en aquella descontrolada reacción, tan amedrentadora como plácida, se colocó a la misma altura que yo y echó su chaqueta sobre nuestras cabezas. Respiré hondo, conté hasta cinco y dejé que el aire saliera lentamente de mis pulmones, cuidándome de que ningún silbido delatara mis intentos por controlar la ansiedad. Era hábil para salir huyendo al mínimo temor, pero sentada en aquel banco de piedra, bajo un diluvio que hubiera envidiado el mismísimo Noé, no había ningún lugar adonde ir. Clavé la vista en el abundante charco que se estaba formando entre mis zapatos y lo imaginé con la ceja levantada y la sonrisa escondida tras la mirada, encantado de tenerme tan cerca y tan turbada.
-¡Maldita sea!
-English! -me regañó.
-I don't know how to say that in English.
-Yes, you do.
-Nice girls don't swear -traté de ser ingeniosa.
-Don't be one.
¿Cómo obviar aquella entonación cargada de socarronería? La sangre que normalmente me arrebolaba las mejillas se encendió. Erguí la cabeza y zambullí la mirada en la zarca aureola de sus ojos. No hubo titubeo en los míos:
-And make you blush?
En esta ocasión fue la sorpresa la que izó su ceja hasta la raíz del cabello. Si no puedes vencer tus debilidades, utilízalas en tu provecho. Sonreí a escondidas. Por una vez había sido yo quien le había obligado a apartar la mirada.

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Antes, en James Stanley: The Irish pub II.
Y después: A smile.

2 comentarios:

MGae dijo...

Me suena la expresión de la nice girl... ;-)

Seguimos la serie en entregas con mucho interés...

Un abrazo.

S. Cid dijo...

MGae: ¿Te suena? Pues no sé de qué... ;-) Aquí se exprime todo lo que se ve, se lee, se oye...

Y Nos ;-) seguiremos entregándolas con ilusión.

Otro abrazo para ti.

Belén 2013

Belén 2011